Quise dialogar con el silencio. Entonces éste me condujo al único lugar donde podía hablarme: el bosque. Me adentré y ascendí por el sendero lleno de hojas amarillentas que anunciaban la llegada del otoño.
Me encanta caminar y escuchar el continuo crujido de mis pasos al pisar las hojas que revolotean a mi alrededor. El silencio me sugirió que parase y escuchara.
¿ Por qué me has traido a este bosque?- Le pregunté.
No obtuve respuesta. Decidí escuchar. Cerré los ojos. Oí el rumor del viento entre las ramas de los álamos, el piar de los pájaros, sentí los rayos del sol acariciando mis mejillas, abrí los ojos y contemplé todo lo que me rodeaba, parecía que el bosque me abrazara, quisiera detener el tiempo y contarme antiguas historias. Me habló de cada una de las personas que habían paseado por entre sus árboles a lo largo de los siglos. Fue maravilloso. Sentí que me sonreía.
Miro mis manos y son ramas, mi piel corteza. Y sé que ahora que he muerto formaré parte eterna de este paisaje.
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