Algarabía de niños en bicicletas,
cuando el sol agosteño y perezoso cae,
corren apresurados con la urgencia de quien
llegará primero.
Y se detienen ante las polvorientas moras
que les saludan a lo largo del camino,
rapidamente y sin miedo, las limpian con sus
sucias manos, después de estar jugando durante
todo el día, las engullen,
parece que la carrera continua;
a ver cuantas se comen cada uno en el menor
tiempo posible.
Luego, extasiados descansan a la orilla
de un riachuelo,
observando en el letargo de la tarde
como el agua recorre su camino.
Introducen sus manos en la fresca agua,
algunos refrescan también sus pies,
en el sopor de la tarde y sin ser conscientes
disfrutan del remanso de paz que la naturaleza
les ha regalado.
Comienzan a gastarse bromas, rien, juegan,
se salpican gotas de agua, pequeñas, transparentes
que acarician su tostada piel.
El sol se va poniendo, es hora de partir,
retoman sus bicicletas,
en alguno de los niños, un hormigueo
en su interior les avisa del momento de la cena,
seguro que de postre; moras con azúcar.
Pues de entre ellos, el más pequeño y goloso,
recogió en una bolsa las suficientes.
Y en la medianoche, tirados sobre una sábana
desde el suelo, contemplan el cielo oscuro iluminados
por las estrellas.
viernes, 7 de agosto de 2009
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